La terapia de exposición, como su propio nombre indica, consiste en poner en contacto a la persona con aquello que le produce ansiedad, manteniéndose sin utilizar técnicas de evitación o escape durante el tiempo necesario para que ese malestar vaya desapareciendo o por lo menos, se reduzca por debajo de su pico más alto.

     Su principal ámbito de aplicación está en los problemas de ansiedad derivados de las fobias, aunque también se ha utilizado en el control de impulsos. La secuencia de aplicación pasa por tres elementos básicos:

 

           Exposición sistemática al estímulo que produce la ansiedad: Acercarse intencionadamente al estímulo               de forma progresiva pero siendo consciente de que no existe ningún peligro.

 

           Representación del estímulo: Éste debe estar presente y si no es posible, debe ser evocado de alguna                 manera a través de la imaginación o representación visual y auditiva.

 

           Exposición repetida y prolongada: Se debe repetir esa exposición en numerosas ocasiones                                 prolongándola gradualmente en el tiempo.  

 

           Desensibilización sistemática

 

     Esta técnica, muy parecida a la anterior, consiste en la exposición al estímulo que produce la aversión, a través de la imaginación, estando en un estado de relajación.

      El papel que tiene la relajación en la desensibilización sistemática consiste en producir un cambio en el funcionamiento del sistema nervioso autónomo de forma que se reduzca la ansiedad. Al reducir la actividad autonómica, cuando la persona se encuentra ante el estímulo que produce ansiedad, y ésta no aparece, se conseguirá el objetivo terapéutico.