Todos importantes, todos únicos e irrepetibles. Todos necesarios, nadie está de más. Todos valemos mucho y entre todos construimos nuestra comunidad.
Está claro, que si en una familia, que no es cosa de uno, sino de dos, de tres, de cinco, cuando uno se cae los demás le ayudan y le levantan, esa familia, sin duda, sale adelante.
Entonces, si este concepto lo aplicásemos a todos los ámbitos de nuestra vida: en el instituto, en la calle, en el trabajo, etc.., sin duda, todos saldríamos adelante.
Desde aquí, crearemos un espacio cósmico donde el respeto mutuo, la igualdad, el ejemplo, la democracia, la apreciación y manejo de las diferencias, la cooperación y la libertad; se conviertan a través de debates, conversaciones, preguntas y respuestas de todos, ejercicios de confianza en los demás y pruebas de colaboración; en nuestros propios límites, dejando de ser normas que nunca se cumplen.
Teniendo claro, que la diferencia entre una norma y un límite es que la norma se escribe y se puede, o no, cumplir y el límite, es algo que se convierte en intrínseco, algo que sale de dentro sin necesidad de que nadie nos diga que tenemos que hacerlo.